Más Allá de 'Cosas de Niños': 5 Revelaciones sobre el Bullying que Debes Conocer
Comúnmente se piensa en el bullying como "cosas de niños" o simples peleas de patio escolar, una etapa inevitable del crecimiento. Sin embargo, esta visión simplista ignora las complejas dinámicas psicológicas, sociales e incluso legales que definen a este grave fenómeno. Este artículo te revelará cinco verdades sorprendentes, extraídas de la investigación psicológica y la legislación, que cambiarán tu forma de entender el rol del agresor, la víctima y, sobre todo, de los espectadores que los rodean.
1. La verdadera definición no es la agresión, es el desequilibrio de poder
El elemento más crítico que define al bullying no es el acto agresivo en sí mismo, sino el desequilibrio de poder estructural y persistente. La interacción entre el agresor y la víctima se conoce como una "relación complementaria", donde una persona ocupa una posición superior (one-up) y la otra, una inferior (one-down). El agresor ejerce poder, intimidación o manipulación, mientras que la víctima es percibida como vulnerable y con menos recursos —ya sean físicos, sociales o psicológicos— para defenderse.
Esto lo diferencia de un "conflicto simétrico", como una pelea ocasional entre compañeros con un nivel de fuerza similar. En un conflicto simétrico, ambas partes tienen la capacidad de responder y el ciclo puede terminar. En el bullying, el desequilibrio es precisamente lo que permite que el acoso se mantenga y se repita en el tiempo.
Esta distinción es crucial porque nos ayuda a entender por qué una víctima no puede simplemente "defenderse". La naturaleza misma de la dinámica le impide responder en igualdad de condiciones, haciendo inútil el consejo de "devolver el golpe".
2. El origen del agresor: una mezcla sorprendente de familia y psicología
Lejos del estereotipo del "niño malo", el comportamiento de un agresor es el resultado de una compleja interacción de variables familiares y psicológicas. De manera contra intuitiva, tanto los estilos de crianza extremadamente permisivos (falta de límites consistentes) como los severamente punitivos o autoritarios (castigo físico humillante) pueden fomentar conductas agresivas. El primero enseña impunidad; el segundo, que la fuerza es la herramienta correcta para relacionarse.
A esto se suman rasgos psicológicos clave, como una capacidad limitada para la empatía, que le impide reconocer el sufrimiento ajeno, y una fuerte necesidad de dominio y poder para elevar su estatus social. En algunos casos, la agresión puede incluso ser un mecanismo de defensa para ocultar una baja autoestima.
El entorno familiar es el primer modelo de interacción y poder que experimenta el futuro agresor. La presencia de violencia, la falta de límites consistentes o incluso un castigo físico severo enseñan que el poder y la fuerza son las herramientas correctas para relacionarse.
Comprender esta multifactorialidad es más útil que simplemente etiquetar, ya que apunta a posibles áreas de intervención tanto en el entorno familiar como en el escolar para corregir el rumbo.
3. El poder oculto de los espectadores: el silencio es aprobación
El grupo más numeroso y decisivo en cualquier situación de acoso no es el agresor ni la víctima, sino los espectadores. Su reacción puede detener el abuso o perpetuarlo. Los espectadores pueden asumir diferentes roles: ser "reforzadores" que ríen y animan; "ayudantes" que se unen activamente a la agresión; "defensores" que intervienen o buscan ayuda; o "pasivos" que simplemente observan.
El hallazgo más impactante es que el silencio de un observador pasivo es interpretado por el agresor como una aprobación tácita. Este silencio a menudo se debe al fenómeno psicológico de la "difusión de la responsabilidad", donde en un grupo grande, cada individuo asume que otro intervendrá, y al final, nadie lo hace.
Esta es quizás la clave más importante para el cambio. El espectador no es un actor neutral, sino un jugador fundamental con el poder de validar la agresión con su pasividad o desmantelarla con su acción.
4. De 'cosas de niños' a problema de salud pública: el bullying no se 'inventó' ayer
Aunque la intimidación entre pares ha existido siempre, su reconocimiento como un problema grave y digno de estudio es relativamente reciente. La investigación sistemática sobre el bullying comenzó alrededor de 1970, liderada por el psicólogo noruego Dan Olweus. Su trabajo fue catalizado por una trágica ola de suicidios de adolescentes en Escandinavia, lo que obligó a Noruega a lanzar la primera campaña nacional anti-bullying en 1982.
La investigación de Olweus y sus sucesores demostró las graves y duraderas secuelas psicológicas del acoso, transformando la percepción del fenómeno. Se pasó de considerarlo una parte normalizada y de "baja intensidad" del crecimiento a entenderlo como una crisis de salud pública. Años más tarde, tragedias como la masacre de la escuela secundaria de Columbine en 1999 en Estados Unidos, aunque complejas, cimentaron en la conciencia pública la gravedad de la violencia escolar, incluido el acoso.
Este contexto histórico es fundamental para comprender por qué generaciones anteriores pudieron haber minimizado el problema y por qué las intervenciones educativas y legales de hoy son tan necesarias para proteger a los niños y adolescentes.
5. La responsabilidad final: la ley que puede sancionar a los adultos por omisión
Quizás la realidad más sorprendente es que la responsabilidad del bullying no termina en los niños involucrados. La legislación moderna se extiende a los adultos que los rodean. Un ejemplo contundente es el del estado de Oaxaca, en México, donde la ley va más allá de los protocolos escolares.
El Código Penal de Oaxaca (Artículo 201) establece un delito específico por "omisión de atención en caso de acoso escolar". Esto significa que cualquier persona que tenga la obligación de cuidar a un menor —incluidos padres, tutores y personal escolar— y que ignore o no actúe ante un caso de bullying, puede enfrentar consecuencias legales.
La sanción es de uno a cinco años de prisión, una pena que se incrementa en una tercera parte si la omisión es cometida por los padres o tutores del menor.
Este marco legal redefine fundamentalmente las reglas del juego. Proteger a los niños del acoso ya no es solo un deber moral, sino una obligación legal para toda la comunidad de adultos, y la inacción tiene consecuencias penales.
El bullying no es un simple conflicto entre dos personas; es un fenómeno social complejo sostenido por desequilibrios de poder, dinámicas familiares, la psicología individual y, de manera crucial, la conducta del entorno. Comprender que la agresión nace de contextos complejos, que los espectadores tienen el poder de cambiar el resultado y que los adultos tienen una responsabilidad legal ineludible, nos obliga a actuar.
Sabiendo que el silencio puede ser interpretado como aprobación y la inacción puede tener consecuencias legales, ¿cuál es el primer paso que podemos dar para convertirnos en defensores activos en nuestro entorno?
Referencias.
Olweus, D. (2014). Acoso escolar, "bullying", en las escuelas: Hechos e intervenciones. Unidad de Igualdad de Género y Erradicación de la Violencia . Centro de investigación para la Promoción de la Salud, Universidad de Bergen, Noruega, 2, 1-23.
Méndez, I. & Cerezo, F. (2010). Bullying: Acoso entre escolares. Modelos de intervención educativa . Pirámide.
Castellanos, J., Castillo, J., & Velázquez, M. (2018). Variables emocionales y sociomorales asociadas con el tipo de rol que asumen los alumnos y alumnas en el maltrato entre iguales. Apuntes de Psicología, 36 (2), 263-273.
Congreso del Estado de Oaxaca. (2015, 9 de febrero). Ley contra la Violencia y Acoso entre Iguales para el Estado de Oaxaca (Decreto No. 658). Periódico Oficial del Gobierno del Estado de Oaxaca, Extra.
Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca (IEEPO). (sf). Protocolo para prevenir, detectar y actuar en casos de: Abuso Sexual Infantil, Acoso Escolar y Maltrato, en el estado de Oaxaca . [Documento electrónico]. recuperado de

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